Le saqué fotos a un burbujero que compré por $40 en el Parque Chacabuco, mi parque preferido y el de todos mis amigos también, intentamos hacer burbujas de humo y fallamos en todos los intentos. Cada vez que lo toco termino con las manos pegajosas y me acuerdo de golpe qué se sentía ser niña. Ayer se lo presté a mi primita Emi, de 5 años, y vi sus ojitos brillando. Le dije que estaría re bueno que en vez de explotar, las burbujas quedasen flotando en el aire por días, como si fuesen mini globos. Se rio mientras perseguía y explotaba todas las burbujas que hacía para ella, calculo que no entendió el flash, y es que parte de ser niño era no necesitar más que la vida real para maravillarse, y no tenerle miedo a lo efímero porque desde ahí todo es eterno.

Ahora me gusta que las burbujas representen lo lindo de lo efímero, la magia del momento.



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